16/3/16

El Soldadito que quería volar


¡Bienvenidos de nuevo, Habitantes de La Madiguera de Cuentos!

        Hoy celebramos que ya formamos parte del universo de Madresfera (yujuuuuuu!!!! Fanfarrias y confeti por favor!) con una historia que nació hace varios años.
 

         Para poneros en antecedentes os contaré que me gusta complicarme la vida (sí, tengo vocación de timbre) y nunca he sido de las que hace regalos clásicos. Eso de que lleguen navidades, cumpleaños y demás fechas señaladas y recurrir al perfume de turno, calcetines, corbatas, etc... siempre me ha parecido un ir a lo fácil. Me encanta dar a las personas que me rodean regalos únicos, pensados especialmente para aquel al que están destinados. Disfruto especialmente pensando y maquinando hasta que doy con lo idóneo para unos y otros.
 

        Y así nos situamos en una navidad ya lejana y un regalo para un muy buen amigo, que por aquel entonces perseguía su sueño de poder volar. Y le escribí un cuento hecho a su medida, con su sueño y su idiosincrasia.
 

        La verdad es que al estar tan personalizado es un cuento al que sólo le ve la gracia aquella persona al que está destinado, pero es una historia que siempre me ha gustado y ha ido evolucionando hasta convertirse en "El soldadito que quería volar". 

       Adelante con el cuento, ¡que lo disfrutéis!: 

       Había una vez un pequeño soldadito de plomo que vivía en un enorme cajón de juguetes.      
       Todos los días lo sacaban a jugar y ese rato era el soldadito más feliz de todos porque el sol le daba en la cara y el aire jugaba con su sombrero.      
       Pero había una cosa que ponía triste a nuestro pequeño protagonista: el soldadito de plomo quería volar.       
       Así que, aunque era feliz en su cajón de juguetes, todas las noches soñaba que se escapaba para remontar el vuelo y vivir alguna de las aventuras que leía en sus libros favoritos y así pasaban los días.Una noche el cajón de juguetes no se cerró del todo y el soldadito vio una oportunidad para escaparse y hacer realidad su sueño de volar. Pero no sabía cómo hacerlo, así que tomó la decisión de aprender fuese como fuese.       
      Al mirar a su alrededor buscando la manera de salir de allí, decidió que la mejor manera era formando una pirámide con todos los cubos que había en el cajón.
       Una vez fuera, nuestro amigo imaginaba que tendría que enfrentarse a un mundo hostil e inhóspito para un pequeño soldadito de plomo con sueños de gran aventurero pero aún así se lanzó a la aventura, echándose al hombro su petate que llenó de un montón de cosas de lo más variopinto que pudo encontrar: un palo de hockey, deporte que adoraba, porque nunca se sabe si te puede ser útil; unos esquíes por si pasaba alguna montaña nevada; unas gafas de buceo y un bañador por si había que cruzar a nado algún río; sus libros favoritos porque le encantaba leer; muchos dulces porque era muy goloso y tal vez pasara hambre; un mapa para no perderse y un sinfín de cosas más.
        Nuestro soldadito por fín se sentía preparado y echó a andar sin mirar atrás. De entre todos los caminos que había para ponerse en marcha, eligió un sendero boscoso que subía y subía y subía a una montaña altísima pues estaba seguro de que cuanto más alto estuviese, mejor podría volar.       Andando, andando llegó a un claro en el bosque en el que se escuchaban unos trinos muy fuertes. El soldadito trepó a un árbol buscando el origen del sonido y se dio de bruces con un pájaro enorme y un montón de pajaritos muy alborotados.
       Como parecían muy nerviosos y sentía curiosidad, nuestro amiguito le preguntó qué pasaba y si necesitaba ayuda.
        El pájaro que con tanto jaleo no había oído llegar al soldadito, se pegó un susto tan grande que casi se cae del árbol.
       Cuando se le pasó el susto le explico que era un Papá Pájaro y que esos eran sus polluelos, que ya tenían edad de aprender a volar y él les estaba enseñando.       
       Al oírlo, el soldadito se emocionó muchísimo, no podía creer en su suerte, había ido a encontrar a unos pajaritos que iban a aprender a volar. Seguro que si le preguntaba, al Papá Pájaro no le importaría enseñarle a él también.
       Pero cuando nuestro amigo le preguntó todo emocionado, Papá Pájaro lo miró de arriba abajo y entonces le dio un ataque de risa tremendo.
      

       El soldadito lo miraba extrañado, no sabía qué era lo que le hacía tanta gracia al Papá Pájaro. 
       Cuando por fin pudo tranquilizarse y recuperar la compostura, Papá Pájaro le dijo que no podía volar por mucho que intentase aprender, porque no tenía alas.       
       Nuestro amiguito se puso muy triste pero decidió que seguiría intentando encontrar la manera de volar, así que le dio las gracias y se dispuso a seguir su camino.
       Cuando ya se estaba bajando del árbol, Papá Pájaro lo llamó para que volviera y le dijo que a volar no le podía enseñar pero que si quería le enseñaría paracaidismo.
        - "¿Paracaidismo? ¿Qué es eso?" – le preguntó, extrañado el soldadito, pues sentía curiosidad.
        - "Bueno, el paracaidismo es casi como volar. – le explicaba Papá Pájaro – Te puedes hacer un paracaídas con una hoja que sea grande y no se rompa fácilmente, te subes a lo alto de un árbol, coges carrerilla y saltas, sujeto a la hoja. Así planearás y caerás suavemente al suelo"
       

       Al soldadito le empezaron a brillar los ojos mientras escuchaba la explicación y todos los consejos e instrucciones que le iba dando Papá Pájaro y le entraron unas prisas enormes por probar todo lo que había aprendido, así que se puso a buscar como un loco una hoja que le sirviera de paracaídas.       
       Buscando y rebuscando encontró por fin la hoja perfecta, grande, fuerte y flexible. Sintiéndose preparado, el soldadito subió a lo más alto del árbol, agarró fuerte la hoja, cogió carrerilla, cerró los ojos y saltó. Y giró y giró, dando vueltas sin parar pero gracias a su hoja, empezó a planear suavemente hasta al suelo.       
        ¡Qué maravilla! ¡Qué miedo había pasado al principio, pero qué divertido fue después! Y ya sabía hacer paracaidismo.       
         Después de darle las gracias mil veces a Papá Pájaro siguió su camino, siempre hacia arriba, en busca de la cima más alta de la montaña más alta que pudiese encontrar.Después de muchas penurias y muchos contratiempos que ahora no vamos a relatar, pues esa es otra historia, nuestro valiente amiguito llegó por fin al pico más alto de la montaña más alta que pudo encontrar. Y una vez allí, después de todas sus aventuras y de todo lo que había aprendido, se quedó en blanco. Tan blanco como el copo más blanco de aquella gigantesca montaña.
       El pobre soldadito seguía sin saber volar y no tenía ni idea de cómo podría conseguirlo. El paracaidismo estaba bien, de hecho, le había sido muy útil en sus aventuras, pero no era lo mismo…
       Al final siempre acababa cayendo al suelo en poco tiempo. Y mientras se devanaba los sesos pensando, apareció una escarabaja muy peculiar que al verlo tan concentrado, le dijo:
       - "¡Hola! ¿Qué es lo que estás buscando?"
       

       El soldadito se quedó asombradísimo de ver una escarabaja tan rara en esa montaña solitaria. No era capaz de imaginar qué podía querer ella y no supo qué contestar y se quedó callado.       
       Así que la pobre escarabaja, sintiéndose ofendida, se dio media vuelta y se alejó por donde había venido, murmurando por lo bajo: "¡Hay que ver qué maleducado! No sé para qué me molesto en intentar ayudarle."Nuestro amigo, viendo que la había ofendido, fue en su busca y le narró con todo detalle su viaje y sus aventuras buscando alguna manera de poder volar.       
        La escarabaja lo escuchaba con mucha atención, asintiendo a veces, sorprendiéndose otras y cuando el soldadito termino el relato confesándole que, después de todo, aún no era capaz de volar, lo miró muy seria y entonces le contó que ella conocía todas las verdades del mundo, pues estaba en él desde el principio de los tiempos y le explicó que había algunas cosas que eran imposibles como por ejemplo que él pudiera volar.
        El soldadito, destrozado al escuchar a la escarabaja y sumido en una profunda tristeza, se dejó caer y se acurrucó en el suelo pues a pesar de todas sus aventuras y a pesar de todo lo que había aprendido no podría volar nunca.La sabia escarabaja lo observaba en silencio y cuando notó que el soldadito se había dado por vencido le dijo:
       - "Creo que no me has entendido. No puedes volar porque careces de los elementos necesarios para hacerlo, pero nada impide que puedas aprender"
       

        El soldadito la miraba confundido, ¿cómo podía aprender si no tenía alas?       
        Y la escarabaja sabiendo lo mucho que había madurado y lo mucho que había aprendido aquel soldadito con todas sus aventuras, le hizo el mayor de los regalos que jamás podría haberse imaginado nuestro pequeño amiguito. Le dio unas alas para que pudiera volar, unas maravillosas alas mecánicas con su libro de instrucciones incluido.
        Y el soldadito lloró y rió a la vez. Y cogió a la generosísima escarabaja y la hizo girar y girar bailando. Y no fue capaz de encontrar palabras suficientes par agradecérselo. Y tuvo que aprender a usar sus preciosas alas. Y cuando por fin aprendió y se sintió capaz, remontó el vuelo, feliz, perdiéndose en el inmenso cielo azul.

         Y colorín , colorado, este cuento se ha terminado.

         Y esto se acaba. Muchas gracias por tomaros un ratito para leerme. Si os ha gustado la historia sentíos libres de compartirla con el mundo y entonces ya será cuando muera de amor.

         ¡Hasta la próxima Historia, Habitantes de La Madriguera! ¡Un abrazo fuerte de oso!

2 comentarios:

  1. Ohh que bonito, pienso que nos llega a todos es un cuento genial

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    1. Oh!!! Mil gracias, preciosa!!! Me alegro de que te haya gustado el cuento!!! Ya voy roja como un tomate y toda inflada de orgullo!!
      Mil gracias mi niña, así se convierte en un placer seguir escribiendo!!! :*

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